Y te levantas cansado un día más, todas las cosas pendientes de ayer las tienes para hoy, piensas que vas a hacer mucho, que dentro de poco te pondrás al día, al final nuevos viejos imprevistos, el tiempo fluye rápido, más rápido; los de tu alrededor te comprenden, pero no piensan en lo mismo que tú, no sabes en qué piensan, al final tus pensamientos aburridos te aburren, no piensas, entonces te preguntan qué tal estás y tú vuelves a soltar esa cantinela de cosas que te agobian y que has repetido una y otra vez a lo largo del último mes, esa cantinela que cada vez es más larga, que cada vez aburre más a la gente, que cada vez te aburre más a ti, y te planteas si te puedes quejar, si le interesa a alguien oír tu queja, si te interesa a ti oír tu propia queja, si hay alternativa, si te sientes tonto o eres tonto, si los demás también piensan que eres tonto, si los demás también piensan que son tontos. Todo te da igual, todo... no todo, pero estás tan cansado que aquéllo que más te importa sólo puede disfrutar del desperdicio de ti que queda a última hora del día, a esa hora en los que la gente que te llama Dr. está cansada por hacer cosas imprescindibles en su día a día, cosas que tú casi ni te planteas, preparar comida, limpiar la casa, ya no hago esas cosas, ya no es importante, todo es relativo, ya no hay nada, todo está esperándote.
Un calor pegajoso te rodea, roba de ti lo que queda de ti, los tilos ya están en flor, es la primera vez que te percatas de ello, caminas solo, registras el dato, disfrutas del aroma. Después ya no hay nada, lo has dado todo. No hay nada de ti que pueda atraer a los demás, a los que verdaderamente te importan, a ésos a los que entregarías cada parte de ti, a ésos en los que te dejas caer en sus brazos.